domingo, 28 de febrero de 2010

Para los que están aquí, para los ausentes

Esperadme....

allí donde estéis...

esperadme...

porque algún día volveré a veros y me podréis contar lo que habéis hecho en estos años...yo no tendré que contaros nada porque sé que habréis visto cada instante de mi vida...me habréis acompañado en cada paso que he dado...habréis disfrutado de mis risas...y llorado con mis llantos...os habréis emocionado conmigo...y os habrán decepcionado mis malos actos...seguís aquí, donde siempre habéis estado...en mi corazón...en mi alma...en mis recuerdos...en mi memoria...

esperadme...

y cuidad a los que nos dejan...

a los que ahora os acompañan...

algún día dejaré de lamentarme por las despedidas que no se produjeron....ya no serán necesarias...porque estaremos juntos otra vez...

Eterna Condena

Cuando mentimos no lo hacemos por temor a ser juzgados por los demás...


sino porque ya nos hemos juzgado y nos hemos condenado nosotros mismos...




{reflexiones de Domingo}

sábado, 6 de febrero de 2010

Principio de incertidumbre

Salió de casa como todas las mañanas, con prisas, comprobando que las llaves se encontraban en algún recóndito lugar de su bolso. Un último vistazo al espejo antes de salir; las costumbres son las costumbres. Era una mañana cálida y abierta que contrastaba con lo gélido de sus manos; nunca supo explicar por qué las tenía siempre tan frías. Cerró la puerta a sus espaldas con un golpe seco, fue entonces cuando se percató de que no había cogido ni siquiera una rebeca o algo de abrigo. “¿Para qué?”- pensó. “ Voy a volver pronto, no me hará falta”. Subió al autobús, que olía como siempre, a una mezcla de pereza y rutina que no hacía sino aumentarle las ganas de abrir las ventanillas y gritar con fuerza. Pero en lugar de ello se sentaba y observaba la calle tras el cristal con la mirada perdida. Y mientras sus ojos huían, sus oídos descifraban a lo lejos el ruido procedente del fondo del autobús, las voces que se elevaban por encima de las cabezas y enturbiaban el ambiente aún más; como si la presencia de toda aquella gente no fuera ya suficiente para ella.

“Tengo que llamarlo. No puedo posponerlo más”- pensaba. Pero el miedo al fracaso siempre había hecho mella en ella. Era una mujer débil, ella lo sabía, todos lo sabían, y eso la dejaba en muy mal lugar frente a lo cruel de la vida. Pero hoy se había levantado con un atisbo de valentía en sus ojos; son cosas que le ocurrían con muy poca asiduidad pero había que aprovecharlas, no estaba en condiciones de dejarlas pasar. Cogió su bolso y bailó su mano dentro de él hasta que encontró el teléfono; nunca consiguió poner orden en aquel pequeño mundo que montones de papeles y envoltorios de chicle habían creado ahí dentro. Se incorporó un poco e introdujo la otra mano en el bolsillo de su pantalón, buscando con sus fríos dedos un trozo de papel que quiso no encontrar en aquel momento; no obstante seguía allí, justo donde lo dejó un par de semanas atrás a la salida de aquella cafetería. Ese gesto le permitió ver que el autobús se había vaciado considerablemente, y se percató de que sólo faltaban dos paradas para llegar a su destino.

“Tan sólo marca Carla, sólo tienes que marcar, una vez que descuelgue ya te saldrán las palabras oportunas”- se repetía mentalmente- aunque ella sabía que había poco de verdad en todo aquello y que llegado el momento las palabras se amontonarían en su cabeza, abriéndose paso a empujones. A pesar de todo, le quitó las arrugas a aquel papel que había sacado de su bolsillo; nueve dígitos desfilaban uno tras otro en un borrón de tinta. Sujetó el teléfono todo lo firmemente que pudo y marcó aquellos números con una rapidez asombrosa para disimular el temblor de sus manos. Respiró hondo. “Voy a colgar”- se decía. “No, no te eches atrás, hoy no...” Y entonces la señal del teléfono se vio interrumpida por una voz ronca, profunda...

- Sí?

El temblor de las manos se le fue a los labios, ya no había vuelta atrás... Un hilo de voz salió de su garganta en un suspiro...

- Mario? Soy Carla... Tengo que decirte algo importante. ¿Podemos vernos en la cafetería de la última vez?

Los segundos que Mario tardó en contestar se le hicieron eternos.

- Claro. De hecho yo también quiero verte. He pensado mucho en ti.

Aquellas palabras sonaron en la cabeza de Carla a música celestial. De repente sus miedos se evaporaron, aunque podía afirmar que aún seguía nerviosa tras colgar el teléfono. Levantó la cara, sus labios dibujaban una radiante sonrisa. Y entonces se dio cuenta de que había llegado a su parada. Recogió su bolso rápidamente y salió del autobús. Y cuando respiró una vez fuera ya nada le olía a rutina sino a la más dulce de las emociones...



{ un relato de Ítaca}